lunes, marzo 19, 2007

Destellos Dorados

Recluido en la última fila de un cochambroso autobús me dirigía a la cárcel de mi hogar. Por el espejo veía a las demás personas sentadas en la verde pradera cantando, bailando, riendo y soñando. Las parejas se tumbaban azoradas en la frondosa alfombra de la naturaleza, los amigos bebían como cosacos cerveza, kalimotxo y whisky hasta que el cuerpo les dijera basta en forma de vómito y los viejos miraban el pasado con tremenda tristeza y pesadumbre.

El autobús, ajeno a todo esto, seguía su camino imperecedero mientras muchachas en minifalda caminaban por la calle principal con paso receloso y altivo. Al momento se divisaban grupos de arrogantes chavales fumando canutos y piropeando, con risotadas, a las flores huérfanas que volaban en busca de un poco de tierra mojada donde crecer felizmente.

Me encontraba sólo, sentado en un asiento pintarrajeado y medio rajado, sin poder salir al exterior, sin poder probar ese césped, ese vino, esos labios carmesí. En el fino manto añil que volteaba el ambiente entreví la risotada femenina, cariñosa y burlona de la esperada primavera. Mi camino continuaba hasta la próxima estación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bien, podrias explicar con un coment, a que va referido tu texto, porque bueno gente como yo por ejemplo, no lo pillo, es extraño, pero aun sin saber que quiere decir tengo que confesar que tienes un arte escribiendo y se te da de maravilla, asi que... sigue haciendolo!